Este es un homenaje a todos los abuelos en general y a los que lo son a tiempo completo, en particular. No me refiero a aquellos abuelos que visitamos los fines de semana, que nos obligan a comer cuando vamos a su casa o a los que de pequeños, nos daban la paga. Me refiero a los abuelos que conviven con nosotros, que nos llevaron al colegio y que además de abuelos, son cómplices y confesores. Esos abuelos que, cuando se van, nos dejan un doble vacío: abuelo y amigo.
Los abuelos a tiempo completo están presentes en todos los momentos importantes de la vida de sus nietos: desde su nacimiento hasta su graduación, pasando por bautizo, cumpleaños y comunión. Los abuelos a tiempo completo presumen de nietos el día de Ramos y prodigan los logros de estos a diario. Los abuelos a tiempo completo nos acompañan a dar largos paseos y nos ofrecen sabios consejos. Los abuelos a tiempo completo conocen a nuestros amigos y nos ven fracasar y triunfar en la amistad y el amor.
Los abuelos a tiempo completo no dejan de preocuparse ni un solo momento por nuestro bienestar. Les gusta saber donde estamos y se angustian si nos vamos de viaje. Los abuelos a tiempo completo están pendientes de que no perdamos el autobús. Los abuelos a tiempo completo se interesan por el desempeño de nuestro trabajo; pueden pecar de insistentes, pero lo hacen porque nos quieren demasiado. Los abuelos a tiempo completo tienen tanto amor dentro que, además de sus nietos de sangre, “apadrinan” otros nietos (putativos, en este caso).
He aquí el retrato de mi abuelo, un abuelo a tiempo completo, que no coge vacaciones en lo que a preocupación se refiere, que comparte sus inquietudes y que hace extensivo su cariño a todos los que lo conocen y lo quieren. Y es que un abuelo a tiempo completo, no sé como se las arregla, pero rápidamente se convierte en “abuelo de todos”. Y aunque físicamente no esté con nosotros, dentro de nuestro corazón, nos sigue ofreciento su amparo y protección.
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