Socialmente, los 30 años constituyen la edad a la que supuestamente debemos tener “la vida resuelta”, o cuando menos encaminada. Sobre todo las chicas, a las que se suma la presión biológica de “ser mamás”. Esa edad, a la que nuestros amigos empiezan a casarse y agrandar la familia. Esa edad en la que muchos, seguimos buscando nuestro camino; esa edad en la que todo lo bueno está por llegar. Con o sin planificar.
Estoy segura de que muchos, a esa edad, habréis asistido a alguna boda reciente. Muchos tendréis un trabajo que os hace felices y habréis encontrado la pareja perfecta. Disfrutaréis de vuestros sobrinos, o de los hijos de vuestros amigos y quizás penséis en tener los vuestros propios. Estaréis haciendo planes de futuro: ahorrando para comprar una casa, para viajar… En todo caso, echando raíces y tachando cosas de la lista del “para cuando…”.
Estoy segura de que a esa edad, muchos no querréis saber nada del matrimonio, no porque os dé miedo, sino porque no es prioridad. Muchos tendréis trabajos precarios y estaréis soñando con cambiarlos. Muchos estaréis viviendo historias de amor de quince años; enamorándoos pérdidamente y también, desilusionándoos. A muchos no os gustarán los niños, y prefiráis una mascota. Estaréis viviendo el presente sin mayor pretensión que disfrutar de la vida.
Con todo ello, quiero decir que, a pesar de lo que crea la gente, no hay una edad definida para “resolver nuestro proyecto de vida”. Cada cual tiene sus prioridades y en base a ellas, actúa. Existen más jugadas que “sota, caballo y rey” de “pareja, casa y niño”. En todo caso, los 30 son la edad en la que por fin, podemos decidir libremente en qué emplearemos nuestra vida. Seguir estudiando, casarnos o mudarnos al otro lado del mundo. O las tres a la vez.